Artículo: ¡Que empiece por mí!

A menudo en el asesoramiento a empresarios y gerentes vemos que se invierte mucho tiempo, pensamiento, acciones y presupuesto en la formación y el desarrollo de las personas que ocupan posiciones gerenciales o de jefaturas, o que están llamadas a ocuparlas. La idea es que reciban la mejor formación posible para que puedan transitar desde la simple posición jerárquica que les faculta a ser jefes de otras personas, hacia el ser líderes, que, como nos alerta Guido Rosas en su libro, Autoliderazgo, “es una facultad propia de la persona y no una característica del cargo”.

Son capacidades personales las que hacen que una persona pueda liderar a otras. Cursos, seminarios, talleres, charlas, congresos, suscripciones a publicaciones, coaching, forman parte del menú de opciones que se despliega para capacitarles. Herramientas valiosas que trasmiten conocimientos fundamentales, vivencias y experiencias que aportan a la formación del líder.

Pero déjenme decirles que en todos estos años de práctica profesional pude comprobar una y otra vez que ninguna de estas herramientas, no importa lo buenas que sean, reemplaza el papel que la persona tiene en la trasmisión de los valores y en la formación de los líderes de la organización. Esos valores y principios de vida organizacional se adquieren de personas y no de cursos. No hay mejor forma de transmitir valores a otros que encarnando esos valores en la conducta, vivirlos día a día, los líderes deben buscar ser las personas de referencia en la organización.

Este es el mensaje más difícil de trasmitir a quienes quieren desarrollar en sus organizaciones una cultura participativa, pero son autoritarios, una cultura de delegación pero centralizan las decisiones, una cultura de valoración y respeto a las personas pero discriminan a la gente por el color, la gordura, la elección sexual, o levantan la voz al dos por tres.

No basta solo con ser un experto en las tareas que deben dirigirse, o con ser el fundador, o el dueño que sabe muy bien todo lo que hay que hacer y cómo. El liderazgo se alcanza por mérito propio, no por nombramiento o propiedad. Los seguidores siempre “se miran” en el líder y leen sus mensajes a través de sus acciones, no de sus palabras.

Pero nadie puede dar lo que no tiene, para trasformar debemos transformarnos primero nosotros mismos, para liderar tenemos que liderarnos primero a nosotros mismos.

¡Qué empiece por mí! entonces es la consigna. Empezando por desarrollar primero en nosotros mismos aquellas virtudes que esperamos de los líderes de nuestras organizaciones, convertirnos en esas personas de referencia que son el ejemplo a seguir, cuidar nuestra vida, nutrirla y manejarla adecuadamente, llevándonos a donde nosotros queremos y no que la vida nos vaya llevando.

Hoy esto se conoce como autoliderazgo. La capacidad de liderarnos y gobernarnos a nosotros mismos, tarea que tenemos que incluir en nuestra agenda en proporciones cada vez mayores.

Patricia dos Santos

 

 

Artículo publicado por la ADEC en el Diario Última Hora.